No siempre fue una vergüenza

Como saben, me gusta recordar viejos episodios de nuestra Historia. Sobre todo si causan respeto por lo que algunos paisanos nuestros fueron capaces de hacer. O intentar. Situaciones con posible lectura paralela, de aplicación al tiempo en que vivimos. Les aseguro que es un ejercicio casi analgésico; sobre todo esos días funestos, cuando creo que la única solución serían toneladas de napalm seguidas por una repoblación de parejas mixtas compuestas, por ejemplo, de suecos y africanos. Sin embargo, cuando una de esas viejas historias viene a la memoria, concluyo que quizás no sea imprescindible el napalm. Siempre hubo aquí compatriotas capaces de hacer cosas que valen la pena, me digo. Y en alguna parte estarán todavía. Como estuvieron.

Era un navío de 70 cañones y tenía un bonito nombre: Glorioso. Lo mandaba el capitán don Pedro Mesía de la Cerda, y en 1747 traía de La Habana cuatro millones de pesos en monedas de plata. El 15 de julio, cerca de las Azores, el navío se topó con un convoy inglés escoltado por tres barcos de guerra que casi lo doblaban en número de cañones: el navío Warwick, la fragata Lark y un bergantín. En aquel tiempo, un navío de América era un bombón: solía llevar caudales a bordo, así que los ingleses le dieron caza. Manteniendo el barlovento con mucho arte, el Glorioso se batió toda la noche, tuvo un respiro al caer el viento durante el día, y volvió a pelear la noche siguiente: primero dejó fuera de combate a la fragata, que se hundió; y tras hora y media de combate con el Warwick en la oscuridad, sin otra luz que los fogonazos artilleros -los españoles dispararon 1.006 cañonazos y 4.400 cartuchos de fusil-, el navío inglés se retiró con el rabo entre las piernas. Que no siempre Britania, aunque lo venda con trompetas, parió leones.

Sin embargo, la odisea del Glorioso no había hecho más que empezar. Siguiendo rumbo a Finisterre, el 14 de agosto volvió a dar con una fuerza británica: el navío Oxford, la fragata Shoreham y la corbeta Falcon. Como en el caso anterior, los ingleses le fueron encima igual que lobos. Pero el comandante Mesía y su gente eran de esa casta de colegas que aprietan los dientes y venden caro el pellejo. Por segunda vez asomaron los cañones y batieron el cobre como los buenos: después de tres horas de arrimar candela, pese a haber perdido el bauprés, una verga y tener la popa hecha una piltrafa, el Glorioso continuó navegando hacia España mientras los ingleses se retiraban con graves daños.

Fondeó el navío en Corcubión, desembarcando los caudales, y volvió a la mar para reparar averías en Cádiz, pues vientos contrarios descartaban El Ferrol. Y el 17 de octubre, a la altura del cabo San Vicente, volvió a encontrarse con una fuerza enemiga. Esta vez eran cuatro fragatas corsarias con base en Lisboa y bajo el mando del comodoro Walker: King GeorgePrince FrederickPrincess Amelia y Duke, que sumaban 960 hombres y 120 cañones. Inmediatamente le dieron caza, aunque el español, resabiado, no reveló su nacionalidad -treta común del mar- hasta que la King George se acercó a preguntársela. Entonces Mesía izó pabellón de combate y le largó al rubio una andanada que le desmontó dos cañones y el palo mayor. Siguieron tres horas de carnicería muy bien sostenida por el Glorioso; pero al rato se unieron a la fiesta las otras fragatas y dos navíos de línea ingleses que navegaban cerca, el Darmouth y el Russell: seis barcos y 250 cañones contra los 70 del solitario español, maltrecho y corto de gente por los combates anteriores y la travesía del Atlántico. Aun así, el comandante Mesía y su tripulación, a quienes a esas alturas daban ya igual seis guiris que sesenta, se defendieron como gato panza arriba bajo un fuego horroroso durante dos días y una noche. Que se dice pronto. Aún tuvieron la satisfacción de acertar en una santabárbara y ver volar al Darmouth, que se fue a tomar por saco con 314 de sus 325 tripulantes. Y al fin, el 19 de octubre -33 muertos y 130 heridos a bordo, agotada la munición, el barco desarbolado, chorreando sangre por los imbornales, raso como un pontón y a punto de hundirse-, el comandante convocó a los oficiales que seguían vivos, los puso por testigos de que la tripulación había hecho lo imposible, y arrió la bandera.

De tal modo, fiel a su nombre, acabó viaje el navío español Glorioso. Había librado tres combates contra 12 barcos enemigos, de los que hizo volar uno y hundió otro; pero la hazaña final no corresponde sólo a quienes con tanta decencia lo defendieron, sino al navío mismo: remolcado a Lisboa por los vencedores para repararlo e izar en él su pabellón, los destrozos se revelaron tan graves que se negó a flotar y fue desguazado. Ningún inglés navegó jamás a bordo de ese barco.

Arturo Pérez-Reverte en XLSemanal – 16/7/2012

Meissonier (Jean-Louis-Ernest. Lyon, 1815 - París, 1891).

Nos encontramos ante un pintor, ilustrador-grabador y un escultor francés (proveniente de Lyon). Estudió con Jules Potier y Léon Cogniet creando un estilo personal con sus ilustraciones. Sus primeras obras, que anticipan el estilo que le haría famoso, se caracterizan por ser composiciones casi en miniatura que aglutinan objetos inanimados representados con una gran minuciosidad y detalle. Sus fuentes de inspiración hay que buscarlas en los maestros holandeses y flamencos del siglo XVII, como Gabriel Metsu y Gérard ter Borch, en pintores y grabadores franceses como Chardin, Greuze y Gravelot, así como en en los diseños del teatro romántico de la época. Debutó como pintor en el Salón de 1834 con la obra Ciudadanos flamencos, y a partir de entonces se especializó en escenas de género de pequeño formato, ambientadas en el siglo XVII, definidas por la exquisitez y exactitud en el tratamiento de trajes y accesorios. Aunque también realizó algunos retratos y pinturas de temática militar contemporánea, prefirió recrear hechos del pasado inmediato, como la serie sobre la carrera militar de Napoleón Bonaparte. Para ayudarse en su trabajo hacía esculturas en cera de personajes y caballos que utilizaba como modelos para componer sus pinturas de historia. A partir de la década de 1840, sus obras fueron cada vez más cotizadas entre la nueva burguesía y la aristocracia, reportándole numerosos éxitos. Fue miembro y presidente de la Academia de Bellas Artes; presidente del jurado de la Exposición Universal de París de 1889 y recibió la gran cruz de la Legión de Honor. Sin embargo, también tuvo muchos detractores entre escritores como Baudelaire o Balzac y artistas jóvenes como Degas o Toulouse-Lautrec, que veían su obra como paradigma del mal gusto de las élites adineradas. Estos ataques se endurecieron cuando Meissonier no permitió que Courbet participara en el Salon de 1872, por su militancia en la Comuna del año anterior en la que fue director de Bellas Artes. Progresivamente se fue retirando de los Salones de París, hasta que en 1890 organizó junto al pintor Puvis de Chavannes una secesión del Salón Oficial, conocida como los «independientes».

Ahora comentaremos histórica y artísticamente una obra suya de 1848. La Barricada.

labarricada.meissonier.jpgAcuarela, rastros de lápiz sobre papel de H. 26; W. 21 cm. París, Musée d’Orsay, mantenidos en el Departamento de Artes Gráficas del Louvre

Como un capitán de artillería de la Guardia Nacional, Ernest Meissonier había sido testigo de la masacre de los insurgentes en una barricada de la rue de l’Hôtel-de-Ville durante los enfrentamientos del mes de junio de 1848. Esta acuarela, representa el resultado de la pelea, siempre fue considerado, tanto por el artista y sus contemporáneos, como una obra extraordinaria e inusual. Casi cincuenta años después de los acontecimientos, Meissonier describió su profundo apego a esta obra en una carta al pintor belga Alfred Stevens: «Yo no soy modesto acerca de este dibujo, y yo no tengo miedo de decir que si yo fuera lo suficientemente rico como para comprarlo de nuevo, lo haría de inmediato […] Cuando pinté, yo todavía estaba terriblemente afectado por el suceso que acababa de presenciar, y créeme, mi querido Alfred, esas cosas penetran en el alma cuando los [reproducir .. .] lo vi [la toma de la barricada] en todo su horror, sus defensores asesinados, tiro, lanzado por las ventanas, el suelo cubierto de sus cuerpos, la tierra sigue bebiendo su sangre «. La historia de este dibujo también hace que sea especial como Eugène Delacroix fue su primer propietario.

Sin embargo, la interpretación política de la obra sigue siendo difícil. Esto se deriva de la existencia de un cuadro (se conserva en el Musée du Louvre) pintado por el autor tras la acuarela. El título y sin duda el significado de esta «réplica» son diferentes. La pintura, llamada de junio en 1849, se convirtió en la memoria de la Guerra Civil, cuando el artista exhibió en el Salón de 1850 a 1851. La precisión de la versión en petróleo que dio la «indiferencia de un daguerrotipo», que fundamenta las acusaciones de falta de humanidad planteadas por algunos críticos radicales cuando vieron esta pintura.

La acuarela, por otro lado, se encontró sobre todo la crítica en el siglo XIX por el hecho de que permitía implícitamente el taladro anatema de este artista reaccionaria y anti-revolucionaria que se levante. «Terriblemente verdad», con un lirismo trágico totalmente inesperado en el arte de Meissonier, generalmente dedicada a escenas hábiles, muy detallada, la fuerza dramática de la barricada desmiente la desafección del artista con el destino de la gente de su tiempo.

Bibliografía:

Benedite, Léonce. Meissonier, París, Laurens, 1910.
Barón, Javier. «Josefa Manzanedo e Intentas de Mitjans, 1872», El legado de Ramon de Errazu, Rico, Fortuny y Madrazo, cat. exp., Madrid, Museo Nacional del Prado, 2005, pp. 80-83.
Guilloux, Philippe, Meissonier: trois siècles d’histoire, París, Coppernic, 1980.
Hungerford, Constance Cain. «The Art of Jean-Louis-Ernest Meissonier: A Study of the Critical Years 1834 to 1855», Ernest Meissonier, cat. exp., Lyon, Musée des Beaux-Arts, y París, Éditions de la Réunion des Musées Nationaux, 1993.

HOY VA DE ARTE. LA OCASION LO MERECE.

Quiero presentaros la obra de un artista simbolista que está a medio camino entre los sueños de Goya y los surrealistas. Nos tenemos que trasladar en este caso hasta Polonia, y ahondar en el arte del simbolista Jacek Malczewski. Ha sido ver su obra y quedarme asombrada de su maestría. Otro artista que he marcado en mi lista de artistas favoritos y así suma y sigue.
Y es que es uno de los artistas polacos que más impactan. No parece extraño que sea uno de los artistas más famosos de Polonia.
En este cuadro, titulado Melancholia, hace alusión al momento en que el pintor de historia se queda dormido y los personajes de sus cuadros cobran vida.

Jacek Malczewski (1854-1929) “enfant terrible” del simbolismo polaco. Discípulo de Matejko, llevó a la pintura los cuentos populares, los mitos griegos y las inquietudes de fin de siglo. El arte de Malczewski es una mezcla explosiva: une el erotismo con el misticismo, el folclore con lo antiguo, una brutal sensualidad y un insoportable patetismo con la burla irónica. Sin embargo, el balanceo y el desenfreno de la imaginación de Malczewski no sólo producía rompecabezas simbólicos, sino también paisajes de ambientación lírica: sauces que bordean el camino, cigüeñas que se mecen sobre un campo recién arado, un cielo nublado. Malczewski fue también un destacado representante de la «escuela polaca del paisaje».

Muchos preguntarán, ¿dónde se pueden ver estas obras? Pues en el museo de Jacek Malczewski. El museo recoge cuadros dibujos y objetos de interés relacionados con este artista tan insigne polaco, así como diversos bienes de la cultura polaca del campo de la historia y el arte. El museo se encuentra en los predios de un antiguo monasterio de clérigos piaristas de mediados del siglo XVIII. Desde hace muchos años reúne cuadros, dibujos y objetos de interés relacionados con Jacek Malczewski (1854-1929); el pintor más notable del simbolismo polaco. Es ésta la cuarta colección en Polonia, en cuanto a su tamaño, de obras de Jacek Malczewski.
Las colecciones del museo no se limitan solamente a piezas biográficas. La institución recoge y conserva bienes de la cultura polaca en los campos de la arqueología, la literatura, el arte (incluyendo el no profesional), así como las obras de creadores que trabajan fuera de las fronteras del país y, además, de la esfera de la numismática, medallones, etc. Las exposiciones están divididas en varios departamentos que abarcan temáticas diferentes, entre ellas, los dedicados a la historia de la ciudad y de la región, así como 4 exposiciones sobre la naturaleza presentadas en la denominada ‘ala sur’ del edificio. Se localiza 100 km al sur de Varsovia (acceso en autobús o en tren).

Yessica.

ARTILLERÍA

Hablando de artillería que es el eje vertebrador de este blog, pues por ello se llama Agustina Zaragoza por la tan famosa heroína que disparó un cañón de 24 libras en la defensa del Portillo durante el Sitio de Zaragoza, hablemos de artillería y de artilleros. Y en concreto de la última noticia, que, aunque fue noticia del 4 de noviembre (Santa Barbara, patrona de artilleros), yo no estaba «online» así que no le pude dedicar una entrada, pero se la dedico hoy pues la ocasión lo merece.
En definitiva, vamos a la noticia:
El pintor Augusto Ferrer-Dalmau fue nombrado Artillero Honorífico del RACA20 en Zaragoza el 4 de noviembre, día de Santa Bárbara.

ccccccc hhjgfhhgfdArtilleros de Honor del Regimiento de Artillería de Campaña 20

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Ferrer-Dalmau y el General Romero Carril junto al cuadro del artista «Al pie del cañón» .

 

El coronel Chabert por Honoré de Balzac.

Balzac (1799-1850) es uno de los colosos de la novela europea del XIX, junto a Dickens o Tolstoi. En la propia Francia tuvo rivales como Stendhal o Dumas, Flaubert o Maupassant. Reino de Redonda acaba de traducir su novela breve El coronel Chabert, 1832, junto con tres cuentos. La historia de Chabert destila algo de un Ulises napoleónico; recuerdo la película interpretada por Gerard Depardieu, llena de coraceros siniestros como surgidos en tropel de los aguafuertes goyescos.

Chabert es una de las mejores historias de Balzac. Un personaje realmente inolvidable. La traducción de Mercedes López-Ballesteros es impecable, de una rara diafanidad, un Honorato Balzac del 27, como traducido por Pedro Salinas.

El verdugo es un cuento atroz que transcurre en la España napoleónica. Un Balzac gótico. El elixir tiene algo de fábula oriental injertada en la Andalucía romántica. El volumen culmina con La obra maestra desconocida, una narración pompier sobre pintores barrocos. Poussin se queda turulato ante una especie de Kandinsky barroco, como si Balzac imaginase un híbrido de Turner y Monet “avant le tableau”, si puede decirse así. Balzac derrocha un estilo muy peculiar, escribía como sumergido en un trance de elocuencia febril, una suerte de de brío retórico tempestuoso, y no es tarea flaca el empeño de verterlo al español. “Ojos de un nácar sucio, manos glaciales, la nadería lo es todo”. Son detalles nimios que marcan el tono, el decoro léxico, la diferencia. No es frecuente leer un Balzac de esta calidad en nuestro idioma. (CÉSAR PÉREZ GRACIA. Heraldo, 26 de mayo de 2011).

Tremenda historia ésta, que tan magistralmente sale de la pluma del genial Balzac. Un relato que nos llega al alma, nos emociona, nos conmueve profundamente. Una narración que trata dramas universales originados por los lazos del matrimonio, los lazos de la amistad, las convenciones sociales, la actuación de la justicia, valores como la verdad, la honradez…la vida y la muerte. Es la historia de un muerto que vuelve a la vida, o mejor, un muerto en vida. Porque obviamente, el muerto no es tal, pero se le da como tal. Y al reaparecer se crea una cantidad de conflictos inimaginables para el que, ilusionado, inicia el retorno a lo que cree su hogar, su esposa, su patrimonio. Pero el mundo al que vuelve ya no es el que dejó.

Nacido el último año del siglo dieciocho, Honoré Balssa, de Balzac, (Tours,1799-París,1850) y tras una infeliz infancia, tuvo una vida turbulenta, siempre oscilando entre la bancarrota y algunos periodos de derroche, probó distintos negocios, todos desastrosos, empezando muy pronto a escribir. Su enorme producción, englobada dentro de lo que él mismo tituló La Comedia Humana, comprende unas ciento y pico novelas, numerosos relatos y artículos de prensa, así como obras teatrales. Convencido de que los humanos son el producto de las presiones sociales y el entorno que les rodea, recreó en sus obras todo un mundo y un submundo absolutamente realista, poblado de cientos de personajes. Escrita en 1832, cuando ya llevaba publicadas, entre otras, Eugenia Grandet, La piel de zapa, y Papá Goriot, en esta breve novela, El coronel Chabert, hace un pequeño cameo de sí mismo, en la persona del abogado Derville, que estudia sus casos por la noche, en medio del silencio y la total tranquilidad, como el propio Balzac hacía cuando se ponía a escribir, bebiendo café tras café, a lo largo de las horas nocturnas mientras la ciudad dormía. Era su horario habitual, retratado por Zweig perfectamente en su biografía.
Un coronel del ejército napoleónico, Chabert, que tras haber seguido a Napoleon en Egipto y diversas campañas, dirige un ataque victorioso –aunque pírrico- en Eylau, donde las tropas imperiales rusas se enfrentaron a las francesas, es dado por muerto por el propio Napoleón. Su esposa, con la que compartía su patrimonio y ante la carencia de hijos, se ve en posesión de todos sus bienes, y en breve se vuelve a casar con el joven conde de Ferraud, con el que tiene dos hijos. Y ambas fortunas crecen, así como sus ambiciones. Mientras tanto, la política francesa ha ido evolucionando: Napoleón fue a Elba, volvió, y finalmente, tras Waterloo, permanecía desterrado en Santa Elena. Los seguidores de Napoleón son mirados con malos ojos, ahora triunfa la Restauración y sus nuevos valores, y la sociedad se reorganiza de nuevo, olvidados los terribles días revolucionarios. Pero el pobre coronel no había muerto: malherido, fue recogido por unos campesinos y pasó meses entre la vida y la muerte, sobreviviendo finalmente en condiciones penosísimas, pasó años de hospital en hospital, lejos de su país y sin contacto con su esposa, a la que envió varias misivas sin obtener respuesta. Tras mucho tiempo –diez años- consigue volver a París, a un París completamente diferente del que quedó atrás cuando marchó siguiendo a Napoleón. Tampoco él es el mismo: envejecido, enfermo, mendicante, irreconocible….y en busca de un abogado que le ayude a recobrar lo que le pertenece.
Parece obvio: él no ha muerto, luego en teoría su patrimonio y su esposa le corresponden. Pero ni su patrimonio es suyo ahora, y su esposa ya tiene dos hijos con su nuevo marido, además, sabe de su existencia, le detesta y resulta un incordio. Y lo peor es que no hay pruebas inmediatas y evidentes de que él sea Chabert. Todo esto, sus discusiones y razonamientos con el abogado Derville, que busca una manera para abordar a la condesa, y la paulatina mentalización de su desastrosa situación por parte de Chabert, nos va poniendo en evidencia la doble moral, la hipocresía, el juego verdad/mentira, justicia /injusticia en una sociedad donde todos acaban de cambiar de chaqueta y de bando y lo que huela a pasado, huele mal.
La desesperación de Chabert, los engaños de su ex esposa, que se vale de su encanto y de los rescoldos de amor que aún duermen en el corazón del viejo coronel, las intrigas del abogado para conseguir ganar el caso, las del secretario de la condesa, que espera un ascenso, las ambiciones del conde Ferraud de ascender en la escala social,….con todos estos ingredientes el gran Balzac nos construye un edificio humano, en el que lo más difícil de encontrar es justicia y amor. Quizás la posición más honrada, simbólica de los tiempos, sea la adoptada por Chabert, fiel a sí mismo y a sus principios de honor, prefiere ser herido a herir, ser humillado a humillar, recibir golpes a golpear. Mientras tanto, el mundo sigue. El discurso final del abogado Derville resume un panorama tan desalentador que le justifica para escapar de la sociedad mundana y refugiarse en la paz campestre.
La edición de Funambulista, en un cómodo formato realmente de bolsillo, cuidado y con una excelente traducción de Max Lacruz, que ha tenido en cuenta la primera traducción a cargo de Joaquín García Bravo en 1903, mejorándola y aprovechando sus aciertos.

Título: El Coronel Chabert| Autor: Honoré de Balzac | Traducción: Max Lacruz |Editorial: Funambulista| Páginas: 192 |

–> ORIGINAL EN FRANCÉS

TRADUCCIÓN DE JOAQUÍN GARCÍA BRAVO

EL CORONEL CHABERT

Uniformes de la artillería polaca: 1812

The V Army Corps of the Grande Armee was mainly composed of Polish troops. The V Corps artillery was commanded by a Frenchman, General-de-Brigade Jean-Baptist Pelletier. At this time, the Polish artillery arm had 14 foot artillery batteries, 13 and 14 Batteries being designated as heavy position artillery, armed with six 12 pounder  field guns. The foot artillery batteries were armed with four 6 pounder  and two 6 inch  howitzers of French design. The horse artillery had 3 batteries, consisting of six 6 pounder  guns, and was attached to the Light Cavalry Division.

In full dress, Officers wore a long tailed habit, the same cut as for the Chasseurs-á-Cheval de la Garde. The collar was to be of black velvet, piped red, closed by four hooks and eyes and to measure some 100 mm tall. Gold grenades, of the same pattern as for the turnbacks of officers of the Grenadiers-á-Pied de la Garde, appeared on each side of the collar. The cuffs were cut from velvet, pointed and piped red, and were closed by two small uniform buttons. The cuff measures 60 mm at the seams and 100 mm at the point. The revers were also piped red, each having 7 small uniform buttons, and were closed by 10 hooks and eyes. The tails 440 mm long, the turnbacks being black, piped red, and are decorated with gold grenades to the same pattern as on the collar. The tail lining is also black. A black waistcoat, with gold lacing was worn in full dress.

Epaulettes of Polish Horse Artillery Officer: 1812

Detail of Officers Epaulette. 
Note that the crescent is embroidered, but the field is made from gilded brass scales.

The undress uniform was a dark green kurtka. This had the same collar and cuffs as the dress habit. The front was closed by the means of 9 small uniform buttons, the front seam being piped red. The tails measure some 223 mm deep, the turnbacks being green piped red. Two large buttons appear at the bottom of the turnbacks, two at the waist and two small at the shoulder to attached the epaulettes and aiguillette. The buttons are semi-domed and gilt copper.

Dark green breaches were worn over low boots, with balck velvet side stripes 50 mm wide, piped red. They are closed about the ankle by the means of 7 ties and a black velvet button at the bottom. In undress, grey overalls were worn, with Hungarian boots, which were laced gold.

A black colpack, 226 mm tall, slightly bell topped was worn in full dress. The flame was green piped gold and was held down by a small gilt button. Gilt lions heads bosses supported chin scales. Gold cords were worn, similar to the French pattern. A pompom was worn above the national cockade.

Officer's Full Dress Habit: Polish Horse Artillery 1812 Collar Embroidery: Polish Horse Artillery 1812
Officers Full Dress Habit
Detail of Collar Embroidery

 

In undress, a black chapeau was worn. A green surtout was also worn, again green with a black velvet collar. It was cut to the same pattern as the French. The greatcoat was white, the same pattern as those worn by the Polish Lancers of the Garde, the collar was piped red and bore gold grenades on each side.

Waistcoat Lacing: Polish Horse Artillery 1812 Havit Cuff: Polish Horse Artillery 1812
Detail of Waistcoat Lacing. 
Note this lace is fact French baton gallon lace.
Detail of Habit Cuff

 

Foot Artillery Uniforms

Trumpeter's Kurtka Polish Lancer of the Guard: 1812

Trumpeter’s Kurtka, Polish Lancers of the Imperial Guard. That of the horse artillery would have been identical, but the lapels, collar, cuffs and turnbacks would have been of black velvet, and the buttons gilt copper.

Foot artillery officers appear to have worn the same uniform habit, but white waistcoat and breaches appear to have been worn in place of green. A shako may have replaced the colpack. Also, foot artillery offices appear to have worn a double breasted surtout, closed by two rows of seven large uniform buttons. Foot artillery buttons were copper and had in relief a flaming grenade device over crossed cannon barrels.

Trumpeters wore a white kurtka, with black velvet collar, cuffs, lapels and turnbacks piped red. A gold grenade appeared on the collar and turnbacks. A white colpack was worn in full dress along with crimson waistcoat and breaches. In undress, a white habit-kinski was worn, with black velvet collar piped red. Seven large uniform buttons closed the front. In both orders of dress, crimson epaulettes were worn.

Polish Lancer of the Guard Trumpeter's Kurka: 1812 Polish Lancer of the Guard Trumpeter's Kurka: 1812
Detail of the Tails of a Trumpeter’s Kurtka. The piping was the same for the Horse Artillery, the turnbacks being black velevet.
The Rear Vent was Pleated.

 

Foot Artillery Uniform

Non-commissioned officers wore the same uniform as the officers, but the kurtka had short tails, and the grenade devices did not appear on the collar or turnbacks. Badges or rank was as for the French army. The epaulettes were similar to those of the officers; the boards remained in scales, but the crescents and fringing were red, the aiguilette was also red. The gunners also wore red epaulettes and aiguillettes. Gunners and NCO’s did not wear the colpack but sported a  black czapka, the white metal plate being the same as for the foot artillery. In full dress, green cords appear to have been worn.

The Polish Foot Artillery wore a similar uniform to the horse batteries. Green breaches were worn with (black?) gaiters, red epaulettes were worn at the shoulder. The fatigue coat was green throughout, the bonnet de police was green piped yellow.

Shako: Polish Foot Artillery: 1812 Fatigue Coat: Polish Artillery 1812

Polish Foot Artillery Shako.

Polish Artillery Fatigue Coat. This type of coat was worn by both foot and horse batteries.(rear view)

 

Bibliography

Thanks to Warsaw Musuem, Krakow Musem and Liepzig museum for allowing members of Association Britannique de la Garde Imperiale to photograph  original items of uniform.

Chelmisnki, J. and H. Malibran.  L’Armee du Duche de Varvsovie 1807-1815. Paris; 1913.

Knotel, H. and Herbet S. Knotel. Handbuch der Uniformkunde. Hamburg; 1966.

Lienhart and R. Humbert. Les uniformes de L’armee Francais. Vol V  Paris; 1897 – 1906.

 By Paul Dawson for the magazine napoleon-serie

‘Pinto batallas porque hoy más que nunca es necesario recordar la historia’

Estas son las palabras del contemporáneo pintor de historia Don Augusto Ferrer-Dalmau.

'Pinto batallas porque hoy más que nunca es necesario recordar la historia'

El pintor catalán presenta en la Escuela Naval Militar de Marín (Pontevedra) su cuadro ‘Caza al amanecer’ junto a Arturo Pérez-Reverte

Augusto Ferrer-Dalmau llenó el auditorio de la Escuela Naval Militar de Marín (Pontevedra), donde presentó junto a Arturo Pérez-Reverte su último cuadro Caza al amanecerLa expectación para recibir a esta pareja artística unida por su pasión por la historia de España y las batallas fue máxima. No era para menos. Por primera vez un escritor y un pintor han fusionado su talento para crear lo que ya se ha convertido en un icono nacional: la marina que recoge el heróico episodio de 1805 en el que una goleta mercante española proveniente de las Américas escapa de dos fragatas inglesas que quieren hacerse con el botín.

«Pinto batallas porque hoy más que nunca es necesario recordar la historia», aseguraba Augusto Ferrer-Dalmau. El artista exiliado catalán nunca se ha sentido parte del mundo del arte actual: «Yo reproduzco episodios históricos del pasado con el mayor realismo posible, no me dedico a copiar la realidad». Incluso su cuadro La Patrulla, que ha sido comparado con una fotografía por la minuciosidad y la perfección de su ejecución, no captura un momento real. «Lo que me interesa es captar la esencia del patriotismo, el sentimiento español en la batalla, y la labor que nuestros ejércitos han tenido y tienen en la actualidad», indicaba. Entre otros episodios, Ferrer-Dalmau ha pintado Rocroi. El último tercioLa carga de Alcántara y ha homenajeado a heroínas como Agustina de Aragón.

El único pintor europeo que forma parte de la selecta International Society of War Artist, compuesta por quince artistas, se muestra optimista con el futuro de España. Preguntado por uno de los asistente a la conferencia de prensa, no dudó en afirmar que «nuestro país saldrá adelante como siempre lo ha hecho». No opinó lo mismo Pérez-Reverte: «España siempre ha sido lo que ha sido y nuestro carácter no va a cambiar, pero animo a todos los jóvenes a que se queden con el optimismo de mi amigo Augusto Ferrer-Dalmau».

Fuente: Noticias LaGaceta.

http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/cultura/pinto-batallas-porque-hoy-mas-que-nunca-necesario-recordar-historia-20131112

El orgullo de la España que fue y que desgraciadamente hoy en día pocos quedan como ellos: LOS TERCIOS.

Esta entrada se me ha ocurrido, sinceramente, de camino a la facultad al ver día a día las mismas caras de gente que, o bien tiene que correr a coger el tranvía o bus porque no llega a tiempo al trabajo, o bien gente que, por desgracia, no lo tiene y va sin rumbo fijo. Es triste ver cada día más y más personas que no tienen trabajo o que, por los recortes, lo han perdido. Es en ese momento, al ver atentamente con ojos como platos a mi alrededor, cuando me agarro a lo más preciado. y. recuerdo, como historiadora que soy, los grandes momentos del pasado con sus luchas, y no puedo olvidarme de una gran época para mí, la que está muy presente en estos días duros: la época de los tercios. Seguramente los conoceréis, ellos eran tipos como Francisco Sarmiento de Mendoza, Machín de Munguía, Juan Vizcaíno y Mendoza, Luis de Haro, Sancho de Frías, Juan Pérez de Zambrana, Pedro Silva, Luis Cimbrón, Domingo de Arriarán, Juan Pérez de Bocanegra… Españoles de una pieza, de hombría superlativa. Fogueados, batallados y curtidos en los Tercios Viejos, la elite militar de aquella primera parte del siglo XVI.

Llevaban años repartiendo estopa a diestro y siniestro entre la gente luterana y todos los infieles que infestaban el Mare Nostrum, que cada vez era menos nostrum y más de los otomanos. Y en medio de la nada, en Castelnuovo (hoy la república de Montenegro), en mitad de los Balcanes orientales iban a lidiar, en una proporción de casi uno a doce como poco, con las feroces tropas, cuajadas de jenízaros(la única tropa entonces asimilable a nuestros Tercios) del pirataJereiddín Barbarroja. Tres mil contra casi cincuenta mil, allí hallaron la gloria y la mayoría la muerte, estos hombres esforzados y decididos, mal vestidos, mal pagados, mal alimentados, pero repletos de coraje y de fe en Dios, en España y en el emperador Carlos V. Corría el verano de 1539…

Viena, atacada

Después del ataque turco contra Viena y después de que los otomanos invadieran Austria, protestantes y católicos por fin se unieron en contra del enemigo común, el Islam que asolaba el Mediterráneo. Se consiguió que en tierra retrocediera pero en el mar las cosas pintaban más que mal, aunque habíamos conseguido alguna victoria como la toma de Túnez al ya mencionado Barbarroja en 1535 por la flota mandada por el gran Álvaro de Bazán y Andrea Doria.

Falta de maravedíes

Tres años después, el emperador Carlos, la república veneciana, el papa Pablo III y el archiduque Fernando de Austria formaron la Santa Liga con la que querían darle su merecido a los otomanos e incluso atacar su capital, Constantinopla. Andrea Doria fue nombrado comandante de la flota aliada y Ferrante Gonzaga, virrey de Sicilia, de las operaciones terrestres en los Balcanes.

Pero por falta de maravedíes y de organización solo se consiguió reunir una flota que no era la necesaria para la valiente y esforzada empresa. A su vez, los jefes de la Santa Liga no paraban de discutir entre ellos, sobre todo entre italianos y españoles. Ni siquiera las Cortes de Castilla veían la aventura como interesante y beneficiosa.

Barbarroja escapaba

Barbarroja conseguía escapar una y otra vez de nuestra gente, a pesar de que los españoles consiguieron conquistar la fortaleza de Castelnuovo, en la costa dálmata, de gran importancia estratégica para la defensa y la lucha en el Mediterráneo. La victoria sirvió para desunir más a los cristianos, hasta el punto de que los venecianos se desligaron de la alianza, de forma que la villa de Castelnuovo

Castelnuovo quedó entonces defendida por apenas 3.000 hombres del Tercio de Nápoles bajo el mando de Francisco de Sarmiento, con la única ayuda de las cuarenta naos de Andrea Doria para abastecerla y defenderla de las doscientas que a buen seguro podían reunir los otomanos. Pero Doria prefirió poner pies en polvorosa y dejar solo al Tercio.

Ataque terrestre y marítimo

Llegó el mes de julio de 1539 y Barbarroja se dispuso para el ataque terrestre y marítimo. La armada turco-berberiscamandada por el feroz pirata se componía de 130 galeras y 70 galeotas, con unos por 20.000 tripulantes bien entrenados. Por tierra, Barbarroja puso en pie un ejército de 30.000 soldados. El sitio de Castelnuovo estaba en marcha y los nuestros no se quedaron a verlas venir.

Por las noches, asaltaban los campamentos otomanos por sorpresa y causaban grandes estragos entre ellos que estaban poniendo de los nervios a Barbarroja. El pirata nos ofreció una rendición en buenas condiciones. Los nuestros no se fiaban ni un pelo y tras ser informados por Sarmiento, los capitanes le dijeron que nones al pirata con esta frase heroica: «Que vengan cuando quieran». Y así lo hicieron los herejes.

Primero, con un gran despliegue artillero, como ya en tiempos habían hecho en la toma de Constantinopla. Los nuestros seguían batiéndose por doquier, tajo va, arcabuzazo viene. Apenas quedaban ya seiscientos hombres con vida, pero continuaban sin dar su brazo a torcer. Se luchaba en cada almena, en cada milímetro los españoles no cejaban. Caían sus capitanes, pero sus hombres seguían en pie sin arredrarse. Murió el tal Sarmiento y todos sus oficiales, y solo doscientos de los nuestros quedaban en pie. Muchos de ellos fueron ejecutados allí mismo, otros acabaron como esclavos en Constantinopla.

Hasta Lepanto

Hasta Lepanto, ya en 1571, los turcos seguirían dando mucha guerra en el Mediterráneo. Pero la gesta de Francisco Sarmiento de Mendoza causó admiración en Europa. Y también en España. Así les cantó el poeta Gutierre de Cetina en su soneto : «A los huesos de los españoles muertos en Castelnuovo»: «Héroes gloriosos, pues el cielo / os dio más parte que os negó la tierra, / bien es que por trofeo de tanta guerra / se muestren vuestros huesos por el suelo. / Si justo es desear, si honesto celo / en valeroso corazón se encierra, / ya me parece ver, o que sea tierra / por vos la Hesperia nuestra, o se alce a vuelo. / No por vengaros, no, que no dejastes / a los vivos gozar de tanta gloria, / que envuelta en vuestra sangre la llevastes; / sino para probar que la memoria / de la dichosa muerte que alcanzastes, / se debe envidiar más que la victoria».

File:Batalla de rocroi por Augusto Ferrer-Dalmau.jpg

¡¡para adelante como cuando éramos valientes!! ¡¡¡Mucho muchísimo ánimo!!!

Yessica, octubre de 2013.

LA ARTILLERÍA Y LOS INGENIEROS EN LA POLIORCÉTICA DEL SEGUNDO SITIO

Í N D I C E

PROLOGO (Antonio González Triviño, Alcalde de Zaragoza)

LA CAPITULACIÓN DE ZARAGOZA (José Pasqual de Quinto y de los Ríos, conferencia pronunciada el 20 de febrero de 1986 en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza)

LA ARTILLERÍA Y LOS INGENIEROS EN LA POLIORCÉTICA DEL SEGUNDO SITIO (José Martínez Ferrer, Premio Universitario)

URBANISMO, FORTIFICACIONES Y PERSONAJES DE LOS SITIOS DE ZARAGOZA (Juan Puerto Fuertes, Premio a estudiantes de BUP y COU)

MEMORIA DEL DOLOR (César Ibáñez París, Premio Universitario Academia General Militar)

4 DE AGOSTO DE 1808 (Alicia Melús Sarrate, Premio BUP y COU Academia General Militar)

LAS BANDERAS DE LA VIRGEN DEL PILAR EN 1808 (Luis Sorando Muzas, Premio Medios de Comunicación, Academia General Militar)

BREVE HISTORIA DE LOS SITIOS DE ZARAGOZA. DIARIO DE UN COMBATIENTE (Santiago Salazar Cubero)

ZARAGOZA: PRIMER SITIO (José María Díaz Riera)

LA DEFENSA DE LOS CONVENTOS EN EL SEGUNDO SITIO. COINCIDENCIAS Y DIVERGENCIAS ENTRE IBIECA (CRONISTA), GALDÓS (NOVELISTA) Y PEYRE (NOVELISTA FRANCÉS) (A. Goded Mur)

TRES INTERROGATORIOS EN LOS DOCUMENTOS DEL EJERCITO FRANCES SITIADOR DE ZARAGOZA (Ignacio Mª Martínez Ramírez)

INTERVENCION DE LOS EXTRANJEROS EN LA DEFENSA DE ZARAGOZA DURANTE LOS SITIOS DE 1808 Y 1809 (Luis Sorando Muzas)

VIVENCIAS DE UN SOLDADO FRANCES EN EL SEGUNDO SITIO DE ZARAGOZA (Antonio Joaquín Ventura García)

 

INTERVENCIÓN DE LOS EXTRANJEROS

EN LA DEFENSA DE ZARAGOZA DURANTE LOS SITIOS DE 1808 Y 1809

Luis Sorando Muzas

  INTRODUCCION

Fue en el verano de 1919 cuando el ilustre zaragozano don J. García Mercadal descubrió casualmente en una librería de lance propiedad de don Antonio Sánchez, existente en la rinconada de la iglesia de San Ginés en Madrid, el archivo particular, completo, del general don José de Palafox y Melzi, duque de Zaragoza, compuesto por treinta cajones, conteniendo doscientos legajos con documentación inédita, referente en su mayoría a los Sitios de Zaragoza.

Este interesantísimo archivo fue comprado por el Ayuntamiento de Zaragoza, gracias a la intercesión de Mercadal, por la cifra, entonces muy elevada, de 10.000 pesetas, y hoy se conserva casi totalmente ignorado en la Hemeroteca Municipal de la ciudad de Zaragoza, siendo dificilísimo el acceso al mismo, debido a las innumerables trabas con que, injustificadamente, se topa cualquier persona que desee consultarlo[i].

Hace ya algún tiempo, y tras haberlo solicitado reiteradamente, conseguí autorización para estudiar una parte del mismo, y entre los papeles y documentos que vi llamaron especialmente mi atención algunos partes y estados de fuerzas pertenecientes a regimientos compuestos por extranjeros de muy diversas nacionalidades, franceses inclusive, que participaron en la defensa de la ciudad de Zaragoza frente a los ejércitos napoleónicos durante los dos famosos Sitios de 1808 y 1809.

Basándome en dichos documentos, escasos, pero inéditos, y ampliándolos con diversas referencias que sobre el tema he hallado en otras fuentes, he confeccionado los historiales de los cuatro contingentes (regimiento de suizos, batallón de walonas, compañía de portugueses y compañía de extranjeros de Casamayor), en que combatieron polacos, portugueses, italianos, alemanes, walones, suizos, rusos y franceses solidariamente junto a los españoles en defensa de nuestra libertad y cuyo esfuerzo, injustamente olvidado, merece ser recordado.

BATALLÓN DE REALES GUARDIAS WALONAS DE ARAGÓN

El Regimiento de las Reales Guardias Walonas de Infantería fue formado en 1702, por orden del rey español Felipe V, con voluntarios oriundos de los Países Bajos, y en mayo de 1808 estaba compuesto por tres batallones, destinados el primero en Madrid, el segundo en Barcelona y el tercero en Portugal.

Tras el inicio de la guerra de la Independencia cada batallón sufrió una suerte muy diversa: el tercero logró pasar de Portugal a Andalucía y unirse al ejército del general Castaños, mientras que los batallones primero y segundo quedaron presos de los franceses en Barcelona y Madrid, respectivamente, si bien algunos individuos del primero y un número superior del segundo consiguieron evadirse y acudir a Aragón, para unirse al nuevo ejército que Palafox estaba intentando crear.

Ya en los primeros días de junio fueron llegando a Zaragoza algunos guardias walones sueltos, como lo demuestra el hecho de que en el parte de bajas habidas el miércoles día 15 en la llamada batalla de las Eras del Rey, ocurrida a las puertas de Zaragoza, se cite entre los heridos a siete soldados de las guardias walonas.

En los días siguientes fueron llegando a la ciudad más walones sueltos, y el martes 21 de junio lo hicieron cien walones procedentes de Barcelona, a los que F. Casamayor confunde en su diario con polacos. Con todos ellos se formó una «Compañía de Guardias Walonas», agregada al servicio de Aragón, de unos efectivos aproximados de ciento cincuenta hombres, cuyo mando se encomendó al capitán de guardias don Luis de Garro (cargo equivalente a comandante del ejército regular), y a la que se le asignó como cuartel el Hospital de Convalecientes (actual Hospital Real y General de Nuestra Señora de Gracia, en la calle Ramón y Cajal), compartido con el batallón ligero número 2 de Zaragoza.

Durante el primer sitio se distinguió la compañía en las siguientes acciones:

El martes 12 de julio rechazó al enemigo de varias torres que ocupaba en el camino del puente del Gállego, en el Arrabal, perdiendo dos hombres y un herido.

El miércoles 13 participó en la salida efectuada para recuperar el convento de Capuchinos, situado fuera de la ciudad y ocupado por los franceses desde el día 11 (dicho convento, hoy desaparecido, ocuparía aproximadamente el cruce de la avenida de Fernando el Católico con Corona de Aragón[ii], logrando expulsarlos del edificio, si bien por poco tiempo, ya que esa misma noche volvieron los franceses a ocupar sus ruinas. La compañía perdió en esta acción cinco hombres y tuvo siete heridos.

En la noche del 3 de agosto se halló la compañía de guardia y al terminar la misma, a las cuatro de la madrugada del jueves día 4, sin descansar ni un momento, hubo de permanecer en la batería del Carmen, situada ante la puerta de igual nombre, soportando un intensísimo bombardeo y respondiendo al mismo, maniobrando ella misma los cañones por falta de artilleros, hasta las nueve de la mañana, en que fue relevada por fuerzas de refresco; en esta acción perdió la compañía un alférez, un sargento, cuatro cabos y once soldados, y resultando heridos un sargento, dos cabos y nueve soldados.

Después, a mediodía, cuando los franceses se lanzaron al asalto de las brechas abiertas por el bombardeo, lograron, en medio del mayor riesgo, salvar dos cañones y un obús de la batería del Carmen, llevando uno a Santa Fe y otro a Convalecientes.

Los franceses lograron penetrar en la ciudad, pero el Hospital de Convalecientes y el convento de la Encarnación, a él colindante, se habían convertido en un fuerte reducto, impidiendo cualquier avance francés hacia la izquierda, en dirección de la Misericordia y el Portillo. La compañía defendió, junto a otros cuerpos, el Hospital de Convalecientes de los reiterados ataques que le dirigieron los franceses, rechazándolos todos, tanto en ese día como en los siguientes.

Ibieca en su Historia de los Sitios cuenta cómo «las guardias walonas guarnecían el convento y en contestación a la bandera blanca, ya que su desgracia les redujo a la miseria de no tener una sola bandera, echaron mano de un pedazo de esterliz y le pudieron teñir, siquiera la mitad, con una cosa que parecía roja y escribieron a toda prisa «O VENCER O MORIR POR FERNANDO VII», lo pusieron en un bastón e hincaron en un saco de la batería, al tiempo que abrían fuego todos los cañones de ella»; este mismo episodio es recogido también por el barón de Lejeune.

El viernes día 5 entró por el Arrabal el marqués de Lazán, hermano de Palafox, con el tercer batallón de Guardias Españolas y algunos walones procedentes de Barcelona que habían acudido a Osera.

En la tarde del domingo 7 una partida de la compañía tomó diecisiete prisioneros en la esquina de San Ildefonso (hoy esquina de la calle Castrillo con la avenida de César Augusto).

El día 8 dirigió Garro un escrito al general Palafox pidiéndole alguna recompensa para los sesenta y un individuos de su compañía (el capitán Garro, tres sargentos, dos cabos primeros, seis cabos segundos, un tambor y cuarenta y ocho soldados) que se habían hallado en todos los combates ya narrados; acompañaban a dicho escrito una lista con todos los nombres de estos individuos, entre los que destacan apellidos tan significativos en su origen como Salusech, Stoper, Sich, Sfranger, Goventem, Witovich, Paulosqui, Marunciac, etc. Desconozco si Palafox atendió tal solicitud.

El 13 abandonaron los franceses el asedio y al amanecer del día siguiente, el domingo 14, se hallaba la ciudad fuera de peligro.

Mientras Zaragoza sufría su primer sitio, otros cien walones, procedentes en este caso del primer batallón, destinado en Madrid, se habían unido en Calatayud a la «división de vanguardia del ejército de Aragón», formada por el barón de Warsage para defender los molinos de pólvora de Villafeliche y las comunicaciones con Castilla, acudiendo con ella a la batalla de Epila, al anochecer del jueves 23 de junio.

En el parte de fuerzas presentes en la acción se citan trescientos sesenta guardias reales, entre españoles y walones; pero, si bien los españoles entraron en Zaragoza el 1 de julio, los walones en cambio no lo hicieron hasta mediados de agosto, concluido ya el sitio.

A finales de septiembre se hallaban los walones distribuidos en dos compañías, ambas mandadas por don Luis de Garro; la una destinada en la ciudad de Zaragoza y la otra en la división, que podríamos llamar volante, de don Juan O’Neille.

En octubre fueron refundidas las dos compañías de walones y la de tiradores extranjeros de Casamayor para formar, con la incorporación de otros extranjeros, un nuevo batallón que se denominó «2º Batallón de las Reales Guardias Walonas», pues pretendía ser una continuación del verdadero segundo batallón capturado por los franceses en Barcelona, si bien fue popularmente más conocido como «Walonas de Aragón».

Este nuevo batallón continuó siendo mandado por don Luis de Garro y quedó organizado en ocho compañías, una de granaderos y siete de fusileros, de a cien hombres cada una, más una plana mayor bastante reducida encabezada por el comandante Garro, hallándose vacantes las plazas de ayudantes primero y segundo, y no existiendo las de abanderado ni tambor mayor.

Según un curioso parte existente en el archivo Palafox, el 13 de noviembre había en el batallón, aparte de los walones, los siguientes extranjeros: 

  • Portugueses: nueve sargentos, un cabo y veinticinco soldados, todos en la cuarta compañía.

  • Franceses residentes en Zaragoza: un sargento, cinco cabos y veintinueve 
    soldados         

  • Desertores: dieciséis italianos, dos flamencos, siete alemanes, cuatro polacos (ex miembros de la legión del Vístula), cuatro franceses y un ruso (superviviente de los dos que se pasaron el 17 de julio).

A finales de ese mismo mes se dio orden de que los portugueses de la cuarta compañía pasasen al «Batallón de Fernando VII».

El 16 de noviembre se ordenó que tres de sus compañías, con sus oficiales, se uniesen en Cataluña a la división salida de Zaragoza en octubre, mandada por el marqués de Lazán; salieron de aquí, pero no se unieron a éste, sino a otros contingentes de walones existentes en Rosas y Tarragona.

El resto del batallón, reducido así a cinco compañías, continuó en Zaragoza con una fuerza total de quinientos cincuenta hombres, destinados a proteger las esclusas del canal Imperial en Casablanca; pero cuando a inicios de diciembre se organizaron las cuatro nuevas divisiones de que debía constar el reorganizado ejército de Aragón, quedó incluido en la mandada por don Fernando Butrón, pasando a guarnecer el barrio del Arrabal, en la orilla izquierda del río Ebro.

El miércoles 21 de diciembre volvieron los franceses a atacar Zaragoza por varios puntos, iniciándose así el segundo sitio. Las guardias walonas participaron en la defensa del Arrabal frente a la división francesa del general Gazan, colaborando a su total rechazo.

Ese mismo día concedió Palafox el «Escudo de premio y distinción», creado el 16 de agosto para premiar los servicios distinguidos, a sesenta y cinco individuos del batallón (un comandante [Garro], dos tenientes, un alférez, diecinueve sargentos, veintitrés cabos, dos tambores y dieciséis soldados); el 30 de septiembre se lo había concedido ya a un sargento que, pese a pertenecer a este batallón, tenía un nombre tan español como Fermín Paulino.

El sábado 31 de diciembre, último día del año, participó con quinientos veinticinco hombres en la salida que, dirigida por Butrón, se efectuó contra las líneas enemigas de la Bernardona, perdiendo en la misma un cabo y cuatro soldados muertos y catorce heridos, entre ellos el alférez don Alberto de Suelves. Palafox les recompensó con el distintivo de una cinta roja colocada en la solapa.

Según estado de fuerzas del 1 de enero de 1809 contaba el batallón con una fuerza total de quinientos cincuenta y tres hombres (un capitán, dos alféreces, dos tenientes, dieciocho tenientes segundos, dieciocho sargentos, dos pífanos en la compañía de granaderos, nueve tambores, sesenta y un cabos y cuatrocientos cuarenta soldados), distribuidos en cinco compañías, una de granaderos y cuatro de fusileros, hallándose de ellos presentes cuatrocientos cincuenta, esto es, rebajados los enfermos, heridos y comisionados.

El martes día 10 entró a guarnecer el fuerte de San José, situado en el convento de igual nombre (hoy inexistente; se hallaba aproximadamente al final de la actual calle de Conde Alperche), junto con los batallones 1º de Aragón, 2º de Valencia, de Huesca, milicias de Soria y regimiento de suizos, sustituyendo a otros agotados que hasta entonces habían compuesto su guarnición.

El convento fue bombardeado durante toda la mañana del día 11 y, a las cuatro de la tarde, lanzaron un ataque contra él las tropas de la división Grandjean; el jefe español del puesto, coronel Renovales, ordenó a sus hombres el abandono de la posición, tras un intento desesperado de evitar su captura; pese a ello, y por su heroico comportamiento, fue ascendido a brigadier.

Durante el resto del asedio el batallón defendió y guarneció los siguientes puntos: San Agustín, Santa Mónica y puertas Quemada y del Portillo.

El comandante Luis de Garro murió a finales de enero en la lucha de casas iniciada el 27 de enero, siendo sustituido en el mando por don José de l´Hotellerie Fernández de Heredia, el famoso barón de Warsage, cuartel maestre general de Palafox.

A lo largo del último mes del asedio el batallón sufrió una importante merma en sus efectivos, la cual es apreciable en los siguientes estados de fuerzas total (FT) y presente (FP), tomados del archivo Palafox:

 

 

 

FT

FP

1809

Enero

15

532

365

 

Febrero

1

511

216

 

Febrero

4

354

162

 

Febrero

11

344

114

 

Febrero

15

335

99

El 13 de febrero tenía el batallón su hospital en la casa de Aytona, con cincuenta y seis heridos.

El sábado 18 de febrero se produjo el asalto y toma del Arrabal por los franceses; ese mismo día, y en un intento desesperado por salvar dicho punto, se nombró a Warsage jefe supremo de la defensa del mismo, pero cuando cruzando a caballo el puente de Piedra se dirigía hacia el Arrabal, ¿con su batallón de guardias walonas?, fue destrozado por una bala de cañón, a consecuencia de la cual murió al día siguiente en su casa de la calle de San Pablo.

Los escasos restos del batallón capitularon, con el resto de la guarnición, el martes 21 de febrero.

Vestuario y equipo

 

En 1808 usaban los tres batallones de guardias walones uniformes idénticos entre sí, consistente en bicornio negro, ribeteado de galón blanco, con escarapela roja ribeteada de negro y presilla blanca con botón de plata; casaca y calzón azul turquí, con cuello también turquí y solapas, vueltas y forro de los faldones rojo; en las vueltas y solapas lleva sardinetas blancas, con botones plata, agrupadas de dos en dos (los guardias españoles las llevaban de tres en tres); chaleco rojo con vivos blancos y polainas altas blancas.

Las compañías de granaderos usaban el mismo uniforme, pero con morrión de pelo negro con la manga roja, bordada.

Los sargentos llevaban un galón plata en las vueltas y cuello, charreteras en ambos hombros y carecían de sardinetas en las vueltas y solapas.

Los oficiales usaban uniforme como los sargentos, variando las insignias de su empleo y añadiendo un galón plata en el canto de las solapas.

Todos usaban bandoleras blancas, salvo los oficiales, que las tenían carmesís con vivos de plata.

El batallón formado en Aragón, como continuación del segundo, capturado en Barcelona, continuó usando su mismo uniforme.

En cuanto a su bandera se sabe que careció de ella hasta enero de 1809, si bien usó de forma provisional en el Hospital de Convalecientes una roja con la inscripción «O VENCER O MORIR POR FERNANDO VII».

En el Museo del Ejército (Madrid) se conserva una bandera, devuelta por Francia en 1823, que, al parecer, perteneció entre enero y febrero de 1809 al batallón de Walonas de Aragón hasta su captura el día 21. Es de tafetán azul con las armas de España, castillos y leones, sobre el cruce del aspa de Borgoña y debajo del escudo la cifra F. VII. Sólo tiene escudos en los extremos de uno de sus brazos, ostentando en su campo, bajo corona real, el superior las barras de Aragón y el inferior las iniciales C.W.S.

REGIMIENTO DE LOS SUIZOS DE ARAGÓN

En mayo de 1808 existían seis regimientos de mercenarios suizos al servicio del Rey de España, con las siguientes denominaciones y destinos: regimiento número 1 Wimpffen (Tarragona), número 2 Reding Joven (Madrid), número 3 Reding Senior (Málaga), número 4 Betschartd (Baleares), número 5 Traschler (Cartagena) y número 6 Preux (Madrid).

Al producirse el levantamiento los números 2 y 6 pasaron a servir en el ejército francés; los números 3, 4 y 5 continuaron fieles a España, y el número 1, si bien en un principio quedó indeciso, finalmente continuó fiel a España.

A lo largo del primer sitio de Zaragoza fueron dos las partidas de suizos que acudieron en auxilio de la sitiada ciudad. La primera de ellas estaba compuesta por un capitán, un teniente y setenta y nueve soldados, mandados por don Adrián Walquer, pertenecientes al regimiento número 6, del cual habían desertado al verse forzados a combatir en las filas napoleónicas.

Esta partida acudió a Calatayud en los primeros días de junio, siendo acogidos por el barón de Warsage, don José l’Hotellerie Fernández de Heredia, que les incluyó en su «Brigada de vanguardia del ejército de Aragón», con la cual operó en la frontera de Castilla y defendió los molinos de pólvora de Villafeliche. El jueves 23 participó en la batalla de Epila y el viernes 1 de julio, a las seis de la tarde, entró en la sitiada Zaragoza con Palafox en persona a su cabeza.

Una vez en la plaza fueron destinados a guarnecer la Torre del Arzobispo, edificio aislado situado a unos cientos de metros del Arrabal. El 11 o 12 de julio fue tomada la Torre por los franceses, retirándose los suizos al Arrabal, pero el 29 cooperó en su reconquista, volviendo a defenderla hasta el levantamiento del sitio, el 13 de agosto, contando en dicha fecha con ochenta y cuatro hombres armados con setenta y un fusiles.

Mientras esta partida defendía Zaragoza, otra bastante mayor, compuesta por trescientos sesenta y un hombres del regimiento suizo número 1, procedentes de Tortosa (Tarragona) y mandados por don Esteban Fleury, pretendía unirse también a la defensa y el 8 de agosto dirigieron a Palafox, desde Escatrón, el siguiente escrito:

           Don Esteban Fleury se halla en Escatrón, camino de Ricla, de donde pasará a Zaragoza con algo más de trescientos suizos de la división de Tortosa procedentes de Cataluña; sólo llevan veinte cartuchos por soldado y piden instrucciones.

Don Manuel Lasala Valdés, en su libro Obelisco histórico, supone que esta fuerza entró en Zaragoza el 9 de agosto, pero ello no fue posible hasta, por lo menos, mediados del mes, es decir, una vez levantado el asedio, pues de lo contrario aparecería reflejada en el estado general de fuerzas del 13 de agosto y no lo está.

El lunes 22, reunidas ambas partidas, salieron de Zaragoza en persecución de los franceses, hasta que el 27, en Sangüesa, tuvo lugar un pequeño choque, tras el cual cesó la persecución y regresaron a Zaragoza, contando entonces con trescientos ochenta y siete hombres entre ambas.

El 22 de septiembre se hallaban en Ejea, sumando un total de ochocientos hombres, gracias a la incorporación de nuevos suizos, extranjeros y desertores (sobre todo alemanes y polacos), y en vista de este espectacular aumento escribió Fleury al general Palafox proponiéndole la creación de un «Regimiento de Suizos de Aragón»; el original de dicha carta se conserva en el archivo Palafox y su trascripción completa es la siguiente:

22 de septiembre de 1808. Ejea.

Ayer por la mañana me incorporé al ejército con los demás suizos, formando un total de ochocientas plazas. La perspectiva nuestra es favorable. Todos los suizos y alemanes que se hallan en los diferentes cuerpos del ejército hacen pretensiones para entrar en el nuestro, alegan el idioma y las costumbres. Además, los suizos y alemanes del ejército francés, sabiendo que existe inmediato a ellos un cuerpo formal que los recibirá con agrado, determinan la intención que pudieran tener de separarse de la nación que los oprime. 
En la última capitulación (1804) por la cual los regimientos suizos españoles se rigen, cada compañía de fusileros tendrá por doscientas plazas, y la experiencia ha demostrado que el capitán tiene suma dificultad de conocer con propiedad cada individuo de su cargo, de allí resulta la opresión de muchos y la mengua del amor natural que tienen a las armas.
Estas observaciones que no multiplico por no distraer las preciosas preocupaciones de V.E. me ha determinado de llamar a todos mis estimados compañeros y antes de haber hablado hallé que sus opiniones se hallaban conforme a las mías. En consecuencia determinamos deproponer a V.E. la formación de un Regimiento o Legión de Suizos, compuesto de dos batallones de a cuatro compañías cada uno. Estas compañías ya por la fuerza efectiva que hay pasarán de cien plazas, que serán mandadas por un capitán, un teniente y un subteniente, proporción adecuada al sistema de muchos tácticos que he leído. 
Mañana tendré el honor de remitir a V.E. un proyecto de capitulación o convenio que sancionado por V.E. con las modificaciones que fuesen de su agrado sirva de norma al regimiento. Acompaño el estado de organización y las propuestas de empleos con la nota de las vacantes que resultaran, necesitando más tiempo para poder conocer los sargentos que pueden merecer el empleo de oficial. 

Hallándose tan inmediatos los enemigos una pronta organización es urgentísima.

Dios guarde a V.E. muchos años. Ejea, 22 septiembre 1808.

Excmo. Sr. Esteban Fleury.

Esta propuesta fue del total agrado del general y a finales del mismo mes pudo pasar el regimiento su primera revista, con unos efectivos de seiscientos sesenta y seis hombres, de los que cien eran españoles, repartidos en dos batallones de a cuatro compañías y con su plana mayor, compuesta por un coronel (don Esteban Fleury), un ayudante (don Adrián Walquer), un abanderado (pese a que por la ordenanza de 1802 debiera haber dos), un capellán y un cirujano.

El nuevo regimiento quedó integrado dentro de la división O’Neille, por lo que parece lógico, aunque no he podido confirmarlo, que se hallase en la batalla de Tudela, el miércoles 23 de noviembre, regresando después a Zaragoza.

El miércoles 21 de diciembre volvieron a aparecer los franceses ante Zaragoza, intentando su toma por asalto. El regimiento de los Suizos guarnecía en esa fecha la Torre del Arzobispo, edificio aislado situado a unos centenares de metros del Arrabal, que fue asaltado por la división francesa de Gazán, la cual, tras un duro combate en el que Fleury resultó herido, dándosele momentáneamente por muerto, y en el que, según la «Gaceta», el regimiento quedó reducido a sólo trescientos hombres, les forzó a abandonar dicho punto, replegándose al Arrabal.

En revista del 29 de diciembre dio unos efectivos totales de cuatrocientos noventa y seis hombres (dos capitanes, dos tenientes, un subteniente, quince sargentos, veintiocho cabos, un tambor y cuatrocientos cuarenta y cinco soldados), lo cual difiere de lo dicho por la «Gaceta» el día 21.

El sábado 31 de diciembre se llevó a cabo una salida de los defensores contra las trincheras enemigas de la Bernardona; en la misma tomaron parte doscientos sesenta y ocho suizos, mandados por don Esteban Fleury, que, como dice el parte de Butrón, «aunque no restablecido de la contusión que recibió en el Arrabal, se presentó para tener parte en la gloria de ese día». Palafox les concedió como recompensa el distintivo de una cinta roja en su solapa.

El domingo 1 de enero de 1809 contaba el regimiento con una fuerza total de cuatrocientos noventa y seis hombres, de los que sólo trescientos sesenta y uno se hallaban disponibles para las armas, teniendo su cuartel en la Aduana Vieja (situada en lo que hoy es confluencia de la calle Palafox con la plaza de San Bruno) y hallándose destinado, en su mayoría, en el Arrabal.

Los días 10 y 11 de enero guarneció el convento de San José, a las órdenes de Renovales, retirándose antes de su toma definitiva.

El sábado 21 de enero resultó herido Walquer y como Fleury también lo estaba, asumió el mando del regimiento el coronel don Pablo Casamayor, experimentado ya en el mando de tropas extranjeras (fue apresado por los franceses en el Coso Bajo el 16 de febrero).

Aproximadamente en esos días cambió su cuartel al «Cuartel de la Estrella» (se hallaba en la desaparecida calle de Santa Fe, perpendicular a la calle Azoque), que con anterioridad había sido cuartel de la compañía de fusileros de Aragón.

Según un estado de fuerzas del 5 de febrero contaba con una fuerza total de trescientos treinta y siete hombres (un coronel, tres capitanes, cuatro subtenientes, catorce sargentos, veintiséis cabos, tres tambores y doscientos ochenta y seis soldados), de los cuales cincuenta y seis se hallaban en la Misericordia y la Magdalena y el resto en el Arrabal.

Durante la noche del viernes 10 al sábado 11 de febrero de 1809, cuando ya empezaba a verse claro el próximo final del asedio, se produjo la deserción y consiguiente pase a las líneas francesas de un número indeterminado de suizos que defendían en el Arrabal.

El barón Lejeune (testigo directo de los sitios y ayuda de campo del mariscal Lannes) habla en sus memorias del pase de «unidades enteras de suizos»; afortunadamente, en el Archivo Palafox se conserva el parte de fuerzas del regimiento correspondiente al día 11, en el cual se han restado ya los desertores, dando una fuerza de doscientos ochenta y ocho hombres (un coronel, tres capitanes, tres subtenientes, catorce sargentos, veintidós cabos, tres tambores y doscientos cuarenta y un soldados), con lo que, teniendo en cuenta el parte del día 5, ya copiado, resulta que esas «unidades completas» fueron a lo sumo cincuenta hombres. iUna compañía con sus efectivos algo mermados!

Casi simultáneamente a este lamentable suceso se estaban produciendo otros en los que el coronel Fleury dio inequívocas muestras de un valor y fidelidad a España bien diferentes de los demostrados por los desertores del Arrabal. Como ya he dicho antes, Fleury resultó herido en los combates del 21 de diciembre y desde entonces se hallaba convaleciente en el convento de San Francisco (sobre cuyo solar se levanta hoy la Diputación Provincial), cuando a las tres de la tarde del viernes 10 de febrero hizo explosión bajo el mismo una mina u hornillo de 3.000 libras; esta explosión fue tan violenta que sepultó a una compañía completa de granaderos del segundo regimiento de Valencia e hizo volar por los aires la mayor parte del convento.

Cuando apenas se había disipado la densa nube de polvo levantada por la explosión se lanzaron los franceses al asalto de las ruinas, hallándose con la sorpresa de que Fleury con algunos otros supervivientes había ocupado la torre, milagrosamente mantenida en pie, dedicándose desde ella a hostigarles con disparos y con el lanzamiento de ladrillos y tejas sueltas. Allí resistieron durante dos días, hasta que el 12 fue tomada por los franceses a punta de bayoneta y, tras una pequeña batalla en el reducido espacio de la misma, lograron arrojar al vacío los cuerpos del heroico Fleury y de sus valientes compañeros.

La división francesa del general Gazan, encargada desde el 21 de diciembre de la toma del Arrabal, realizó diversas obras de aproximación al mismo entre los días 14 y 17 de febrero y el sábado 18 abría fuego sobre él con cincuenta y dos piezas de diversos calibres, lanzándose después al asalto por las brechas practicadas. La resistencia fue heroica, pero inútil, ya que ese mismo día quedó todo el Arrabal en poder de los franceses, que tomaron en dicha operación diecisiete cañones, dos mil quinientos prisioneros y cinco banderas.

Lejeune en sus memorias da la cifra de quinientos suizos apresados en la toma del Arrabal, pero la misma es a todas luces exagerada, ya que si el 11 de febrero contaba el regimiento con sólo doscientos ochenta y ocho hombres, y de ellos unos cuarenta se hallaban enfermos o heridos en su hospital de la Magdalena (cuarenta y cuatro el día 13) y otros aproximadamente cincuenta continuaban destinados en la Misericordia y la Magdalena, malamente pudieron ser quinientos los apresados, sino a lo sumo ciento noventa o doscientos.

Los escasos restos del regimiento que no cayeron en el Arrabal, es decir, los enfermos, heridos y los cincuenta o cincuenta y seis destacados en la Magdalena, capitularon con el resto de la guarnición el martes 21 de febrero.

Vestuario y equipo

En 1808 los seis regimientos suizos al servicio de España usaban uniformes casi idénticos entre sí, diferenciándose los cinco primeros únicamente en el número del regimiento que figuraba en sus botones, y el sexto en algunos detalles del cuello y vueltas que luego explicaré.

Consistía dicho uniforme en un bicornio negro con escarapela roja (con pequeñas llamas blancas), presilla blanca con botón plata y borlitas encarnadas en ambas puntas; casaca azul turquí con solapas, vueltas y forro de los faldones rojos con vivos blancos; cuello rojo con ojal azul a cada lado y botón plata para los cinco primeros regimientos y azul para el sexto; portezuelas de las vueltas azules en los cinco primeros y rojas en el sexto, en ambos casos con cuatro botones; los bolsillos de los faldones son verticales, viveados en blanco con tres botones en cada uno de ellos; chaleco y calzón blancos y polainas altas negras.

Es de suponer, teniendo en cuenta la similitud de uniformes de los seis regimientos suizos y las circunstancias del momento, poco apropiadas para la confección de nuevos uniformes, que el regimiento suizo de Aragón continuase usando los uniformes de sus regimientos de origen, añadiéndoles, tal vez, algún pequeño distintivo.

En el archivo de Palafox únicamente he hallado una nota relativa al vestuario de este batallón fechada el 28 de noviembre de 1808 y que se refiere al número de individuos, de los aproximadamente quinientos con que contaba éste, que se hallaban sin vestuario:

Un capitán, tres tenientes, un subteniente, un sargento, dos sargentos segundos, quince cabos y ciento cuarenta y un soldados. Total, ciento sesenta y cuatro hombres.
Los individuos de este estado se hallan sin vestuario, motivo de haber salido de los hospitales y los restantes de haberse incorporado de los dispersos del ejército.

COMPAÑÍA DE CAZADORES PORTUGUESES

Para poder comprender mejor el origen de esta compañía hemos de remontarnos a 1807. El 19 de noviembre de dicho año el general francés Junot cruzó la frontera de España con Portugal al mando de un ejército de veintiocho mil hombres, iniciando así la fulgurante invasión del país vecino. El 29 del mismo mes logró embarcar toda la familia real portuguesa hacia Brasil, salvándose así casi milagrosamente de ser apresada por Junot, que entró en Lisboa al día siguiente, con lo que Portugal quedaba sometido al imperio napoleónico.

Como Junot apenas tenía confianza en la fidelidad del ejército portugués al nuevo gobierno intruso, decretó, de acuerdo con Napoleón, una reforma por la que se redujo el ejército y organizó nuevos cuerpos con los que, por orden del 16 de enero de 1808, se formó en Salamanca (España) la llamada «Legión Portuguesa».

En mayo partió la Legión hacia Valladolid y de allí a Burgos, en donde recibió orden de marchar a Bayona; entonces los soldados portugueses, viendo que les obligaban a servir a la causa napoleónica, comenzaron a desertar en masa, intentando regresar a Portugal. Sólo dos tercios de su fuerza inicial llegaron a Francia, siendo de allí enviados a combatir a Alemania, Austria y Rusia, exceptuando un pequeño contingente que, por el momento, combatió en España a las órdenes de Verdier.

El general Palafox, pensando en estos desertores portugueses y en otros extranjeros que, semiforzados, combatían en los ejércitos napoleónicos, incluyó el siguiente artículo a ellos referente en una de sus primeras proclamas, la del 31 de mayo de 1808; dice así:

Artículo, 6.-Que se admita en Aragón y trate con generosidad propia del carácter español a todos los desertores del ejército francés que se presenten, conduciéndoles desarmados a esta capital, donde se les dará partido entre nuestras tropas.

El sábado 18 de junio, tres días después de la victoria de las Eras del Rey, se presentó en Zaragoza el cadete de caballería don Felipe Senillosa (Senillos, según A. Ibieca) con cincuenta portugueses que, en Bayona, habían logrado desertar de la Legión (F. Casamayor da la cifra exagerada de ochenta portugueses).

En el Museo Romántico (Madrid) se conserva un curioso certificado, escrito y firmado por el general Palafox, el 30 de septiembre de 1821, en el que explica cuáles eran sus intenciones y opinión acerca de los desertores portugueses. De él extraigo los siguientes párrafos:

... hallándome en Zaragoza al principio de nuestra gloriosa revolución en el año de 1808, nombrado Capitán General del Ejército y Reino de Aragón por aclamación unánime del pueblo y confirmado después por el mismo reunido en Cortes, consideré lo utilísimo que era a la causa sagrada de la Patria, que con tanto heroísmo se acababa de emprender, el distraer del ejército enemigo todo el número de oficiales y demás individuos portugueses que se manifestaban exasperados y violentos en las banderas del usurpador. Para alentarlos más en favor de las nuestras y estimular a su separación de dicho ejército enemigo, recuerdo que ofrecí para ello a los que se presentaban fugados, en nombre de la nación y del Rey, el abono de servicios que justificasen haber contraído en su país; y visto lo útiles que fueron entre nuestros valientes, aunque nuevos, soldados, aquellos bizarros militares que tan completamente llenaron mis deseos, juzgo muy justa su reclamación de que se cumpla el pacto que con ellos se contrajo …

Con este primer contingente se formó en Zaragoza una compañía denominada «de Cazadores Portugueses», cuyo mando fue encomendado al recién ascendido a teniente Senillosa, pasando a guarnecer, junto con las compañías de Cerezo, el castillo de la Aljafería, entonces situado fuera de los muros de la ciudad, frente a la puerta del Portillo.

El sábado 25 de junio llegó al campo francés el general Verdier con su división de refuerzo, compuesta por los batallones de marcha cuarto y séptimo, el catorce regimiento provisional y dos unidades de la Legión Portuguesa, el quinto regimiento de infantería portuguesa y el primer batallón de cazadores. Con la llegada de estas dos unidades portuguesas comenzaron a ser frecuentes las deserciones de portugueses, que aprovechaban la mínima ocasión para pasarse a las filas de los sitiados, incluyéndoseles en la compañía de cazadores ya formada. Estas deserciones incitaron a los franceses a intentar, valiéndose de ellas, una entrada a traición en la plaza: fue el miércoles 13 de julio cuando se pasaron a nuestras filas siete portugueses, los cuales avisaron de que una columna de doscientos compatriotas suyos querían hacer lo mismo, pero los defensores desconfiaron, con razón, de la honestidad de sus intenciones, por lo que se les ahuyentó, negándoseles el acceso a la plaza.

La compañía continuó durante todo el primer sitio guarneciendo el castillo, efectuando únicamente alguna pequeña salida, ya para el derribo de tapias, ya para desalojar al enemigo de los caseríos. La principal salida en que participó fue en la del viernes 29 de julio, en el Arrabal, logrando desalojar a los franceses de la Torre del Arzobispo.

Según el «Estado general de fuerzas» del sábado 13 de agosto, día en el que los franceses levantaron el asedio, contaba la compañía con sesenta y dos hombres, armados con igual número de fusiles.

El 19 trajeron los paisanos de Pedrola a tres oficiales portugueses y cincuenta soldados (¿también portugueses?) presos, que en la retirada de Zaragoza habían desertado de las filas francesas y se dedicaban a robar en el sector de Pedrola; naturalmente, estos desertores no fueron admitidos en la compañía, sino que pasaron a la cárcel de la ciudad y a finales de noviembre fueron llevados, con los demás prisioneros, al castillo de Monzón.

A comienzos de octubre ordenó Palafox la creación de un nuevo batallón «de Walonas de Aragón», en el cual quedó refundida la compañía de portugueses. Según un estado del 13 de noviembre en dicha fecha existían nueve sargentos, un cabo y veinticinco soldados portugueses, todos en la cuarta compañía.

A finales de ese mismo mes se ordenó su pase al «Batallón de Fernando VII», pero antes de que se efectuase fue anulada por otra nueva, por la que deberían pasar al «Regimiento del Infante Don Carlos»; esta nueva orden tampoco fue cumplida, al menos totalmente, ya que varios portugueses continuaron combatiendo de por libre hasta la capitulación de la ciudad, el 21 de febrero de 1809, tal y como demuestran estas dos notas existentes en el archivo de Palafox:

          –       15 de febrero: En el Huerto del Oficio hay dieciséis portugueses   
                   armados que no se han unido al regimiento del Infante.

–       20 de febrero: En la Misericordia hay un cabo y cuatro soldados portugueses que deberían haberse unido al Infante Don Carlos.

COMPAÑIA DE TIRADORES EXTRANJEROS DE D. PABLO CASAMAYOR

En una de sus primeras proclamas, la del 31 de mayo de 1808, se ocupó Palafox de los posibles desertores que, como consecuencia de la variopinta composición de los ejércitos napoleónicos, podían pasarse a las filas españolas; decía así:

Que se admitan en Aragón y trate con la generosidad propia del carácter español a todos los desertores del ejército francés que se presenten, conduciéndoles desarmados a esta capital, donde se les dará partido entre nuestras tropas.

Consecuente con este decreto encargó el 1 de junio a don Pablo Casamayor Pérez, teniente del primer batallón ligero de voluntarios de Aragón, recién llegado a la ciudad procedente de Madrid, la formación de una compañía de tiradores con todos los extranjeros residentes en la ciudad, franceses en su mayoría, y desertores que prestasen juramento de fidelidad y se comprometiesen a servir con las armas; simultáneamente se le ascendió a capitán.

Pese a los buenos deseos de Palafox, la población no se hallaba dispuesta a confiar en los franceses, aunque éstos fuesen opuestos a la causa napoleónica y residentes en la ciudad desde años antes, por lo que en la tarde y noche del 9 de junio se mandó reunir a todos los franceses residentes en la ciudad, tanto radicados como sirvientes, llegando a sumar ciento sesenta, que fueron conducidos al castillo de la Aljafería y a la cárcel, para evitar que el exaltado pueblo los ultrajase. El 13 pasaron al Hospital de Convalecientes (hoy de Nuestra Señora de Gracia) y el 7 de julio se les trasladó a las salas de la Real Academia de San Luis, en donde permanecieron hasta la conclusión del asedio.

La compañía de Casamayor, debido a las circunstancias narradas, no quedó organizada hasta inicios de julio, apareciendo ya citada en el estado de fuerzas del día 10. Formaron parte de ella al menos treinta y cinco franceses residentes en, la ciudad, que tras superar no pocas desconfianzas lograron alistarse en la misma; algunos aventureros venidos ex profeso a Zaragoza, como el prusiano Andreas Schepeler, que en 1826 publicó sus memorias, y algunos desertores no portugueses, pues éstos tenían su propia compañía.

Pese a lo dicho por Palafox, no todos los desertores fueron admitidos en las filas españolas, pues, por ejemplo, un teniente coronel, un oficial y cinco soldados desertores fueron enviados presos al castillo de Monzón el 9 de julio. Sí lo fueron en cambio dos rusos, pasados el 17 de julio, y unos franceses, pasados el 22.

Esta compañía participó en varios combates, destacando su intervención del 4 de agosto, cuando lograron detener y poner en fuga a la columna francesa que bajando por el Coso intentaba tomar la plaza de la Magdalena.

Tuvo su cuartel en el convento del Carmen hasta el 4 de agosto, en que se trasladó a los vados.

El 13 de agosto, día en que los franceses levantaron el sitio, contaba con noventa hombres armados con noventa fusiles, apareciendo citada a partir de entonces, indistintamente, como compañía de Casamayor o compañía de Cazadores Walones.

Fue integrada en la división de O’Neille y en el estado del 5 de septiembre figuran como jefes, por motivos que desconozco, el capitán don Antonio Pizarro y don Manuel Felis de Cannus Herrero, volviendo a figurar Casamayor a finales de mes.

En octubre quedó la compañía disuelta y sus miembros refundidos en el nuevo batallón de Walonas de Aragón. Casamayor pasó al regimiento de los suizos y el 16 de febrero de 1809 fue herido y apresado por los franceses en el Coso, logrando después fugarse para volver a ser capturado en Tortosa en 1811; murió en octubre de 1860, siendo el brigadier más anciano del ejército.

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[i] Nota del editor en 2004: Esta situación ha cambiado y actualmente se puede acceder con total facilidad al ARCHIVO PALAFOX, integrado en el Archivo Municipal en el Palacio de Montemuzo.


[ii] Nota del editor en 2004: En realidad, el convento de Capuchinos fue conocido posteriormente como cuartel de Hernán Cortés y sobre su solar se asienta hoy una urbanización de lujo y la Biblioteca de Aragón, entre las calles del Doctor Cerrada y Hernán Cortés.

 

[Primer premio literario Los Sitios de Zaragoza, 1986] [Recuperación]

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Yessica

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